viernes, 9 de diciembre de 2011

Aprender a manejar la agresividad. Un impulso natural que se debe habituar.

Aprender a manejar la agresividad.
Un impulso natural que se debe habituar.

Escrito por Juan Cruz Cúneo.

La agresividad es tan natural como la sexualidad en el ser humano. Es parte de la dualidad natural de los impulsos y la afectividad, en todas sus dimensiones que van desde el enojo o un capricho hasta el odio y la destructividad más impresionante. Un abanico enorme de posibilidad, una fuerza natural que se debe “habituar” y civilizar, no para lograr su anulación sino para poder sacarle todo su potencial.
Es inevitable pensar en la agresividad y asociarla a dolor, muerte y destrucción. Pero no es la única cara de esa moneda. La agresividad es una fuerza que, bien orientada, es constructiva y natural, que impregna de autoridad, respeto y solidez. La agresividad no es agresión, en esta última se implica una intención que es la verdadera naturalidad del daño.
Una persona agresiva es aquella que tiene la intención de agredir, lastimar o hacer sufrir. En cambio, la agresividad es esa fuerza que no depende de la intensidad sino que tiene una cualidad propia. Es un tipo de fuerza o energía con características propias y particulares. Intensa, claramente, como puede ser amar o como se suele sentir el miedo o el dolor. Con una particularidad más, no es solamente externa. La agresividad es una fuerza natural que tiene un origen interno. Lo que viene de afuera es reacción, una respuesta a estímulos externos con una base en la agresividad, pero no original.
Toda esta previa viene para aclarar las cuentas para entender la agresividad en los niños. Y corregir el camino que tantas veces tomamos, de manera equivocada. A un niño “agresivo” no se le puede responder con mayor agresividad o sometimiento, porque no va a aprender a calmarse ni se va a doblegar. Va a entender que ese es el camino que debe tomar y las cosas se pondrán más complicadas en los siguientes años. A un niño cuya agresividad está intensificada de manera natural se lo debe orientar para que pueda manejar esa fuerza intensa y no caer en las trampas de una sociedad que no sabe lidiar con estas fuerzas. Una base genética que condiciona o predispone un bagaje de opciones ligadas a lo físico que son emocionales.
Pocas veces he visto que de padres tranquilos salga un hijo con su agresividad intensificada.
La ventaja de “habituar” esta energía implica que se le de una forma, una estructura en la vida cotidiana para que esa fuerza se vaya acomodando a los hábitos y las costumbres, siga siendo intenso para no correr el riesgo de reprimir (y que acumule). El hábito hará a su hijo intenso, tiñendo su espectro de mucha fuerza y sensibilidad; sin caer en la maldad, la agresión o las reacciones complicadas.
La agresividad constructiva es una energía fundamental para darle solidez y consistencia a todos los proyectos que queramos construir. Plasma, concreta, define.
Pero se la debe “habituar”, se tiene que aprender a manejar, en lo diario, en la rutina. Con naturalidad.
Y desde chicos. Para esto, los padres tienen que tener en claro la naturaleza del ser humano, la propia, la de ellos. Porque de grandes nos olvidamos fácilmente que en aquellos tiempos éramos pequeños, y tuvimos que aprender esto también.
Y todo depende de los pañales. Un momento clave, la pieza fundamental de este aprendizaje. Del camino que vaya a tomar nuestra agresividad en relación al control, al desprendimiento, a las perdidas, hacia el otro, hacia el dinero, hacia lo material o lo emocional. Contra el cuerpo, dentro o fuera.
Si los padres supieran todas las implicancias que conlleva el proceso de abandonar los pañales lo haría, seguro, de otra manera. Lo mismo sucede con el chupete.
Y las cosas serían muy distintas, para toda la sociedad.

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