viernes, 9 de diciembre de 2011

La capacidad para calmarse. Nadie la toma en cuenta como límite.

La capacidad para calmarse.
Nadie la toma en cuenta como límite.

Escrito por Juan Cruz Cúneo.

Hay una capacidad que se debe desarrollar y que es fundamental para todo ser humano y para toda la sociedad. Una capacidad muy necesaria y tan ausente que debería encender las alarmas porque estamos viviendo las consecuencias. La “capacidad de calma” es una capacidad que se desarrolla a partir de los padres y tiene dos vías o canales de salida, de expresión. Dos terrenos de acción, el mundo externo y la auto-calma.
Una capacidad temprana que le debería transmitir la madre al hijo cuando amamanta. Esos son los primeros rastros hasta donde se puede seguir la huella de su nacimiento. El primer punto de encuentro donde se empieza a gestar una capacidad fundamental que nos permitirá vivir de una manera, o de otra. La calma no es aguantar. La calma es estar en paz, es la presencia en el momento indicado, es decir, “estar” en el lugar cuando se “está” con alguien o haciendo algo. Es sencillo pero muchas veces difícil de lograr. Estar en plena presencia, entero, con la cabeza puesta en el lugar y las ganas y los sentimientos.
La primera huella es cuando la madre amamanta a su hijo. No puede estar haciendo veinte cosas a la vez en ese momento. Porque empieza a generar una marca en su hijo, o le transmite la ansiedad y el apuro en una función de la cual, luego, se desprenderán la alimentación, el dormir, el juego, su mundo emocional, la inquietud corporal, la ansiedad y la dispersión. Es una apuesta, con tiempo. Es la mejor inversión.
La capacidad de calma tiene un enorme potencial. Primero porque nos permite afrontar cualquier situación sin caer en la desesperación (y esto no implica vivir en estado Zen). Es respirar antes de encarar lo que sucede, es plantarse internamente y silenciar la mente por un segundo, más que suficiente. Y arrancar. Esta calma, esta capacidad focaliza y conecta, da autoridad interna y externa, aplomo, solvencia, seguridad.
Y ahora viene la parte fundamental de todo este proceso y la finalidad de este artículo. Esta capacidad se la debemos enseñar y transmitir a nuestros hijos. Para que ellos puedan manejar su mundo emocional poniéndole pausas necesarias, pudiendo calmarse cuando haga falta. Y así, esta capacidad de calma, se convierte en un límite potencial enorme, y muchas veces más efectivo que cualquier reto o penitencia.
Aclaremos los tantos. Hasta los cuatro o cinco años el niño no tiene incorporado de manera natural el concepto de límite, beneficios y castigos. Esto excluye el método tantas veces implementado por padres poco creativos que desde muy niños apelan a los premios como forma de manejar situaciones. Hasta esa edad el niño es puramente emocional y necesita aprender a manejar y orientar su mundo emocional, los jinetes del Apocalipsis. Y las riendas están en esta capacidad.
Y los padres tienen que entender que hasta los cinco años su hijo no es un insolente malcriado manipulador desobediente, sino que le pasa algo emocional que se manifiesta en conductas. Como nos pasa a todos.
Entonces, el mejor límite que se le puede poner a un niño hasta los cuatro o cinco años es la calma, la contención y no el reto ni el castigo. Porque al mundo emocional se lo contiene, se lo orienta, no se lo reprime porque así se lo intensifica y ello implica, mayor necesidad posterior de límites. En cambio, la contención lleva a la calma y de esa manera aprende a manejar lo que le pasa, entenderlo y que no vuelva a suceder de la misma manera.
La capacidad de calma, ¿la tenemos desarrollada?

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